sábado, 29 de marzo de 2008

Cuando la ley no basta

Es decir, siempre. Y es que la ley es una de esas cosas llena de buenas intenciones, pero que generalmente se muestra insuficiente para detener las acciones que van contra la tan mellada armonía social. ¿Quièn no ha tenido alguna vez alguna queja contra la policía? Pues bien, si quieren entender cómo una nueva forma de enfrentar el crimen puede resultar eficiente, The Shield es un show más que interesante. Llamado en español "El Escudo", esta serie cuenta las luchas constantes que mantiene una unidad especial de combate contra el crimen y que cuenta con carácter experimental. Situada en Los Ángeles y teniendo a una iglesia como centro de operaciones, este equipo mantiene una posición de detener cuanto drug dealer o gangster se les cruce. Es así que tienen un equipo que se encarga de combatir directamente a estos agentes negativos, y para lo cual se basan de las más "pintorescas" técnicas, siempre liderados por el rudo detective Vic Mackey (Michael Chiklis), quien pertenece a esta ola de personajes carismáticos pero que en verdad son unos verdaderos villanos (aquí también encontramos a Jack Bauer o Tony Soprano).

Siempre es bueno separar las series en planos. Yo lo hago generalmente en dos: la parte audiovisual (siempre la más importante) y la parte que transmite (no un mensaje de moralina, sino más bien esa coyuntura que trata y que nos hace pensar). The Shield es una serie innovadora en cuestión audiovisual. Grabada en 16mm, le da ese aspecto "gris" de realidad. Ese era uno de los objetivos originales del creador Shawn Ryan: darle un apsecto real, casi de de documental, a la serie. El tamaño pequeño de la cámara permite un manejo que le da gran movilidad a la escena y agilidad a la serie. Una cámara que de un momento a otro realiza un zoom o un enfoque exacto en determinado detalle de la escena, algo que lo convierte en un personaje más de la serie. Además cuenta con recreación muy real de tanto las situaciones policiales como del pandillaje de Los Ángeles. Aquí no hay policías bonachones o fervientes seguidores de la ética. Plagado por un ambiente racista y sexista, la unidad alcanza un nivel eficiente a pesar de las ambiciones secretas y luchas entre los miembros de sus equipos. Y cómo no Vic Mackey está por encime de todo a la hora de hablar de las "perlitas" de este equipo. Pero el tipo puede ser un corrupto, violento, inmoral, prepotente o malhumorado, pero nos cae bien. Y es que el buen Vic necesita de todas esas cualidades para combatir el crimen. No es que yo de una excusa más (como las que atañan a 24 también) de que el fin justifica los medios. Pero para Vic funciona así, y viendo los índices y excesos que alcanzan los diversos agentes de actividades ilegales, las tácticas de el Escudo no solo funcionan, sino que finalmente resultan las únicas rentables.

Esto es lo que nos transmite la serie, que los mecanismos utilizados para combatir el crimen tienen que necesariamnete ser de la misma "clase". Basura se combate con basura es la presente coyuntura y Vic Mackey la entiende muy bien, a pesar de la desaprobación de muchos de sus compañeros, incluso de sus amgios. Pero una desaprobación de la boca para afuera, porque todos saben (incluidos los siempre "correctos" Aceveda, Claudette y Dutch) que sin Mackey y su equipo, todavía estarían debatiendo si es legal arrestar a tal sujeto por esto, o si está permitido mantener a alguien en una celda por determinadas horas. Mackey combate el crimen, y la siempre pesada burocracia legal. En sí, es una de las series más polémicas de la actualidad y ya se va por su 7 y última temporada. Pero The Shield ha marcado hito por su innovador tratamiento visual y su valentía al mostrar un retrato tan deplorable como real del mundo policiaco. Vic Mackey es uno más de esos antihéroes modernos, pero uno de los más fuertes como personaje y como presencia. El líder del escudo absorbe todas nuestras dudas y conflictos morales que nos rodean en estos tiempos en los que no sabemos como combatir el crimen (si es que no nos entregamos a él). Nota aparte para Michael Chiklis, quien está soberbio como el rudo Vic, dándonos ese retrato de un hombre dispuesto a traer devuelta la justicia, así sea por los medios más nauseabundos que existan. Un hombre destruido por su lucha, separado de su familia y sin amigos, pero que no duda en traficar droga o matar testigos para logar lo que muchas veces el papeleo y el debido proceso no pueden: dejar que la ciudad respire, aunque sea por un minuto, de manera tranquila.



domingo, 2 de marzo de 2008

Daniel y toda la sangre: el monstruo que no podía ser humano

El camino hacia el Oscar 2008 ha concluido, y "No Country For Old Men", aclamado film de los hermanos Coen, se ha coronado como la mejor cinta del 2007. Y consideré que el premio fue justo, a pesar de que fueron otras películas las que me entusiasmaron (Michael Clayton) o las que me parecieron unas obras maestras (Atonement). Pero esto se debe a que no había visto a la que es LA obra maestra, el film cautivador, poderoso, rotundo, emblemático y cuya fuerza empalma con esa belleza artística que logra llegar a lo más profundo de nosotros: esa es "There will be blood", o "Petróleo Sangriento" o "Pozos de ambición" (otra vez con los "correctos" títulos traducidos). Estamos simplemente ante la mejor película del año, y ante la mejor cinta americana de los últimos tiempos.

La historia narra la lucha constante de Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis) por salir adelante. Como un humlide minero, va contra la corriente por surgir en un mundo en el que está aparentemente solo: sin hijos, sin mujer y con una familia distanciada. Es así que Daniel encuentra por casualidad ese elemento que marcará toda la película: el petróleo. Todo lo que acarrea este material se vive hasta nuestros días, en el que el progreso y la riqueza se conjugan con la avaricia y las envidias. De esta maneta, Daniel, en la compañía de su (hasta entonces) fiel hijo (y compañero) H.W. busca tierras donde el petróleo aflore y lo convierta en lo que el siempre ha soñado: un hombre de progreso, duro y áspero, pero que sale adelante por sobre su ´precaria situación inicial. Lo que vemos entonces es la historia del progreso de un hombre, que ejemplificará a su vez el desarrollo de una nación. Es así que este film de largo aliento nos entrega en primer plano todo lo que aocntece en la vida de Plainview, sus caídas y aciertos, aunque ambas marcadas por una cosa: la sangre. Y es que aquí radica tambíen el título de la cinta (que está basada en una novela titulada Oil¡), en la que decida lo que decida, triunfe o llore, lo que produzca Daniel y su tan ansiado petróleo, traerá cosas positivas y negativas, peor serán estas las que finalmente marquen el rumbo de su existir. Porque si bien podemos apreciar a Daniel como un monstruo sin corazón, es en el fondo uns er humano, que decide dar esa impresión de impenetrable y poderoso para no ser condicionado por los siempre traicioneros avatares humanos de la vida. Lo que hace cruel y desalmado a Daniel es su miedo a sentirse humano. Y es que todo progreso va con sus cotnras, en este caso, el desarrollo material (beneficio económico) conlleva el deterioro emocional (derrotas en el campo social y familiar). Y esto lo podemos ver en todos los aspectos de Daniel: en su gastada relación con su hijo a partir del accidente, en su disputa contra el predicador (Paul Dano) en cualquier actividad pública que se presente, en su deseo de ser el "nuevo jefe" de este pueblito subdesarrollado, y por ende ser el "salvador", el que traiga los trenes y el pan, el que traiga el progreso. El retrato de Daniel no es otro que el de aquel personaje con ambición pura, esa de querer abarcar todo, y que termina dándose cuenta que el todo es imposible de alcanzar, en las películas, y en la vida misma. Daniel termina siendo un perdedor, luchador es cierto, pero que cae (y no puede salir) de aquel pozo más negro que su petróleo que es la infelicidad y, sobretodo, la insatisfacción. Daniel sabe que es un monstruo, y lo peor es que sabe que tiene que seguir siendo de esa manera, porque sino todo lo que habrá lograod se irá al tacho.

Está claro que casi toda la película se centra en Daniel Plainview, y como tenía que ser, este es retratado por un actor con la fuerza necesaria para cargarse con las casi 3 horas de film. Y el responsable es Daniel Day-Lewis, quien nos da una actuación formidable. Él es Daniel Plaiview, desde la voz hasta la mirada triste, desde la violencia con la que abofetea al predicador hasta la disfrazada tristeza con la que recibe (y despide) a su hijo. El Oscar para Day-Lewis es justísimo, a pesar de que muchos no les gustó su sobreactuación. Es cierto, Daniel Day-Lewis sobreactúa, pero esa es la escencia de estos personajes. Grandes hombres siempre vienen con grandes defectos. Plainview es un luchador, un perro ambicioso, que busca más y más sin importar que se deterioren al mismo tiempo sus relaciones afectivas o su imagen. Y así es como tienen que ser representados, porque así son. Estos megalómanos son la representación pura del personalismo, el egocentrismo y la lucha por traslucir ante una población opaca. Ellos saben que pueden hacerlo, saben que tienen las condiciones para lograr sus metas, y saben que con eso son los más grandes. La actuación de Day-Lewis es exagerada porque representa a un personaje exagerado. Y lo hace con todo, la fuerza del film es dada por el motor Day-Lewis. Esto lo podemos ver en la escena final, una tremenda escena que cierra el confrontamiento entre Plainview y el predicador, teniendo como fondo un salón de bolos (contraste con todo el desierto qeu había servido de escenario a lo largo del film) y frases como: "Me tomaré tu milshake". Algo que pudo terminar siendo ridículo temrina siendo una de las escenas más significativas (y seguramente históricas) del cine norteamericano de principios del siglo 21. La ridiculez y el histrionismo son las banderas por excelencia para representar a estos personajes que se ahogan en sus exacerbados personalismos e impulsivos deseos.

Y el gran artífice de toda esta genialidad es el director Paul Thomas Anderson. Logra darle un toque de todo al film: grandeza, tristeza, melancolía, insatisfacción, delirio, locura, ira, poder, codicia, frustración, traición, dolor y un perenne sentir de fatalidad. PTA logra darle personalidad a este film, juntando su talento y su mano sensible y artística con los otros recursos técnicos: espectacular fotografía (ganadora del Oscar), una banda sonora desconcertante como el film mismo, y una ambientación adecuada. Todo se combina en la antológica escena del accidente que traerá consecuencias sobre el el hijo de Plainview. Es ahí donde la tensión se mezcla con la locura, y el fuego de las explosiones nos dan en el alma al ver como el rostro de Plainview, manchado por el petróleo, es cada vez más monstruoso. PTA logra transmitirnos las emociones y las sensaciones del film y de los personajes, y a pesar de su duración, nunca nos despegamos de las vivencias de todas estas personas que, como reza un dicho y una canción, son solo soldados del destino, piezas de esta gran mapa mundo. Y Plainview solo es la más grande de todas, pero pieza al fin. La lucha por sobresalir (y sorbevivir) en este mundo salvaje lo hace como es. En sí, no solo se levanta una crítica a loo inicios de la formación de la sociedad americana, sino a la coyuntura mundial actual a su vez.

PTA y Day-Lewis son los pilares del film, aunque acompañados de aspectos técnicos notables y actuaciones secundarias correctas, pero es necesario rescatar a Paul Dano, el joven de Little Miss Sunshine nos deleita nuevamente con una actuación sorprendente, como el cínico y falso predicador Sunday, siendo sutil cuando hay que serlo, y sobreactuado (como el personaje de Day-Lewis) cuando hay que serlo, al fin y al cabo, como Plainview, es otro loco poderoso qeu cree tener la sartén por el mango. Si no tenía opciones de ganar (Bardem era la ficha asegurada), una nominación no estaba de más. "There will be blood" es un clásico instantáneo, una gran película que quedará marcada en todos las que la hemos visto por lo que transmite, por lo que nos provoca, en el sentir y en el pensar, pero sobre todo, por mostrarnos en la exageración, la locura y el delirio todos los hábitos (y males) de nuestra alicaída sociedad.

Puntuación: 19/20