Life of Pi (La vida de Pi) era la
película imposible de filmar. Considerando que dos tercios de su metraje
transcurren en medio del mar, con una barca que alberga a un joven y un par de
animales interactuando, esta cinta pasó por más de un director que prefirió no
arriesgar su carrera con tamaño proyecto. varios cineastas pasaron hasta que llegó Ang
Lee, el director taiwanés que con su clase y maestría ha cumplido el reto y con
creces.
Al principio, la película nos
transmite todo este buenrollismo intercultural que si bien es interesante en un
primer momento, luego nos choca por lo forzado que parece ser ese “mira, mira
lo interesante y bien que se puede vivir en la India”. Algo así como lo que nos
cansó en “Slumdog Millionare” hace ya un par de años. Afortunadamente, la
familia de Pi se embarca en alta mar con todos sus animales del zoológico y ahí
es donde comienza la real aventura. Hay una tormenta, un naufragio, y finalmente
Pi acaba en una lancha con una cebra, una hiena, un orangután y un tigre
llamado Richard Parker.
La sapiencia de Ang Lee para
grabar todo lo que ocurre en esa barca por casi una hora y media, incluida una
pequeña excursión a una isla mágica, es apabullante. La técnica de este tío
para grabar, para poner la cámara, para sorprendernos, crear suspenso y hacer
que el espectador se asuste a pesar de que su escenario, quitando el mar de
fondo, es una barquita salvavidas. Ang Lee se marca el trabajo de dirección de
la temporada porque con dos cojones tomó el proyecto imposible y lo ha
transformado en una película de mil capas: es una película de aventuras (al fin
y al cabo, se ha traducido en Latinoamérica con el título de “Una aventura
extraordinaria”), pero también es una película reflexiva, abiertamente
religiosa. Dios y la fe están constantemente mencionados en toda la película, y
al final queda la sensación que el buen Ang Lee no solo ha querido transmitir
una historia de supervivencia física, sino también de supervivencia espiritual,
y como Dios, sea Alá, Yavé o qué sé yo, siempre está ahí brindándote una
oportunidad.
En ese sentido, Lee logra la
conjunción perfecta entre técnica cinematográfica y mensaje con profundidad
para darnos una película entretenida, conmovedora y mucho más religiosa que
algunos pastiches que programan en semana santa. Pero además estamos ante una
película mágica, y esa es la segunda parte de la intención de Lee con la cinta:
transmitir la magia que rodea a la vida humana. Afrontémoslo, el hecho que en
una barca sobreviva por casi un año un joven junto con un tigre, sin morir por
inanición o por simplemente ser devorado por el tigre, es casi increíble. Y
justamente esta reflexión la recoge Lee en las últimas escenas de la película,
con ese final que nos hace reflexionar sobre qué es creíble y qué es en lo que
queremos creer los seres humanos.
A nivel técnico la película es
simplemente espectacular. Una fotografía notable, que demuestra las mil y una
formas hermosas de grabar el intimidante mar. La dirección de arte es sobrecogedora,
al crear esa aura mágica casi divina de la cinta. Y una música precisa que nos
brinda ese misticismo necesario para hablar de una película con tintes
fantásticos. La actuación del joven Suraj Sharma es conmovedora porque logra
transmitirnos toda la desolación y frustración de un niño que se vuelve hombre
día a día en medio del amor y junto a un felino de temer. Pues mejor que muchos
Jesuscristos inertes que también vemos en Semana Santa.
Una hora y media de la película
transcurre en una barca y nunca nos aburrimos. El gran guión de David Magee y
la astucia de Ang Lee se mezclan en un dueto inmejorable para darnos cine del bueno.
La valentía de ambas personas radica también en confiarles bastante metraje a
los animales. La aparición de los animales en esta cinta es preciosa. Cómo
están filmados, ya sea quietos o en movimiento. Nunca hemos visto close ups de animales tan certeros,
transmitiéndonos la sensación que en verdad los animales tienen alma. La interacción
de los mismos, cuando todos se encuentran en la barca luego de la tormenta, es maravillosa
y de una profundidad mayor que se acrecienta con la historia “realista” que
cuenta Pi. La pelea del orangután y la hiena, la llegada a la isla de las
suricatas y todos los movimientos de Richard Parker exudan tanta belleza que
crean el balance perfecto de una película mágica con una película natural. Ese
balance perfecto es el que dosifica a la vida de Pi como una de esas películas asombrosas,
atrapantes, apasionantes y que quedarán en la retina del espectador por la
forma y por el fondo. En verdad, una aventura extraordinaria.
Nota: 18/20
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