sábado, 17 de octubre de 2009

Inglourious Basterds: Tarantino en la gloria

Inglourious Basterds es una entrega más de la apasionada y frenética relación de ese loco llamado Quentin Tarantino con el cine y, eventualmente, con nosotros los espectadores que somos los que nos desvivimos por cada una de sus aventuras y cada uno de sus extraños personajes. En este film, Tarantino se atreve a tocar el tema de la guerra, metiéndose en las mentes de aquellos extraños y hasta locos hombres y mujeres que le dieron cuerda. El universo de Tarantino es ese: extremo, violento, desequilibrado, irreverente y apasionado. Porque si muchas cosas le podemos criticar a este loco, una le tenemos que reconocer: se banca lo que hace, y lo hace con un amor inconmesurable. Y el tipo sabe hacer cine, y de qué manera.


Cada loco con su tema. Las películas de Tarantino tienen su sello, por el cual las identificamos y las clasificamos como un engendro bendito que nos regala ese hombre con la cabeza más friki del mundo. Los perdedores y los antihéroes que buscan algo, y que en el camino se pierden, se distraen, se enfrentan a otros locos, para al final encontrarse con un destino no hermoso, pero merecido. La muerte muchas veces, la amarga venganza en otras, la vida mundana que sigue su curso para los descorazonados. Tarantino debe ser la mejor licuadora de la cocina cinematográfica que se nos presenta en la actualidad. Y es que el hombre coge de acá y de allá, del spaghetti western, del blaxplotation, del cine negro, del cine de gangsters, del romance y de la comedia absurda que hemos visto desde que amamos el cine. Y porque el buen Quentin es un amante empedernido del cine. Y de la cultura. Porque tiene eso que tienen las gallinas para salirse del cuadro y poner escenas de comic en sus películas, y diablos que esas escenas le agregan dramatismo a la narración. Porque los tiene también para agarrar a actores en decadencia (alguien dijo Travolta o Pam Grier) y devolverlos a la palestra con actuaciones de antología. Porque sabe crear tensión y juntarla con música hipnotizante sin miedo alguno, rozando los límites de personalismo que idiotece a algunos directores pero que a él lo hacen grande. Porque tiene la desfachatez y el desenfado de conmovernos con villanos tan malos como idiotas, tan normales como para comerse una hamburguesa con queso como torpes para sobrevivir entre ellos. Todos los innumerables rasgos de aquellas películas se repiten, no sólo en su cine, sino en toda la larga historia del cine mundial. Pero no aburre. Los pone precisos, les da nuevas dimensiones y, de su mente centellante, salen a la pantalla para encandilarnos con sus historias. No es que sería nulo el cine de Tarantino sin esos personajes, pero que duda cabe que son la crema de la torta que siempre nos regala, y que tipo de personajes. Cada frase, cada gesto, cada bala o cada irreverencia que sueltan queda impregnada en la conciencia del cinemero moderno. Y si eso no es hacer buen cine, ¿de qué diablos estamos hablando entonces?

Bastardos sin gloria es notable. Es un relato...no, no es un relato, en realidad es un collage de personajes que rozan la caricatura, pero que nos demuestran un corazón enorme para afrontar sus dilemas y travesías. Porque nos importa cada uno de ellos. Y esto porque vemos entrega en el papel, y en la realidad. Porque Tarantino escribió un personaje como el teniente Aldo Raines para que juegue al irreverente, sarcástico, pero feroz jefe de los Bastardos. Porque Brad Pitt demostró hace tiempo que no es una estrellita màs del sistema y que, si bien no es Brando o Pacino, el hombre se banca su cara bonita y se entrega al rol de cabo a rabo. Y no le importa hacer de personaje de cartón a veces, o de idiotizar la imagen del militar líder, o de simplemente hacer el ridículo en aras de acrecentar su personaje. Su acento y sus constantes gestos faciales así lo demuestran. Y porque esa escena en la que Pitt balbucea italiano debe ser de las más cómicas que Tarantino ha escrito. Por el drama interno y la venganza cotenida y entendible de Shoshana, por la prepotencia y consecutiva culpa de Zoller, por la seductiva Bridget von Hammersmark (hermosa y enigmática Diane Kruger) por la parquedad inquietante de Hugo Stiglitz, por las patéticas pero precisas caracterizaciones de Hitler y Goebbles, y por el Coronel Hans Landa.



Nunca pensé amar así a un Nazi hijo de su madre. Pero cuando un personaje está tan bien escrito y actuado, uno no tiene otra opción que someterse a su encantadora maldad. Lecter ya nos avisaba en los 90s y en este nuevo siglo Bardem en "No country for old men" y el Joker de Ledger ya nos lo ratifican: los malos son los nuevos reyes de la pantalla. En realidad siempre el malo ha sido el personaje que, si está bien hecho, se robará la película. Y el Hans Landa que crean en conjunto Tarantino y esa joya descubierta que es Cristopher Waltz (ganador del premio a mejor actor del Festival de Cannes) se temrina robando la película. Frío, metódico, asesino cerebral, elegante, encantador, seductor, preciso, inteligente, astuto, malvado, obsesivo, convenido y traidor. Landa es la quintaescencia del malo malìsimo. Porque al final vela por su propio bienestar. porque ni siquiera parece que lo mueven sus convicciones, sino que hace lo que mejor sabe hacer porque simplemente hay un sadismo secreto en él que lo motiva. Landa caza judíos por deporte (le dicen The JewHunter) y se encarga de preparar el "ambiente" antes de aniquilar a sus víctimas. La primera escena, de largos pero entendibles 20 minutos es de una genialidad y una maldad brutal. Y hasta en la escena del "Bingo" està tan genial porque nos demuestra que previo a la traición toda persona es patética. Esas escenas donde Landa trata de demostrarnos su superioridad intelectual y esa bondad falsa e hipócrita son de colección. Veremos que le depara a Waltz y sin duda este maléfico pero entrañable coronel(que curioso que suena este tándem) queda ya en la vidriera de los mejores villanos de Tarantino (con el Bill de Carradine y el Samuel L. Jackson de "Jackie Brown").

A muchos no les ha apetecido esta película. Yo la he disfrutado al máximo. Y Tarantino debe ser de los pocos (tal vez el único) que me hace salir del cine pensando que una obra maestra no tiene que ser solemne necesariamente y que puede entrener, hacerte reir y hacerte llorar. tarantino es eso: sentimientos a flor de piel. Las balas de los Bastardos, o de Travolta y Jackson, o de los "coloridos" Perros de Reserva son mensajes al corazón que nos lanza Tarantino, en el que nos advierte de la caída de los viejos valores que supuestamente mueven al mundo y nos abre las puertas de la irreverencia, el falso honor, la fraternidad interesada, la estupidez criminal, la lealtad hipotecada, la venganza furibunda y la obsesión por querer salir de un mundo sin el cual no podríamos vivir. Pero lo que al final nos abre la puerta es a su genial y tal vez enferma cabeza. El que quiere que entre y la vea. Al menos yo siempre lo iré a ver. Porque en la desfachatez está el gusto.

Nota: 18 / 20

1 comentario:

Radlum dijo...

Buen análisis; no te olvides de la genial y variada banda sonora, que también es una de las características de los filmes de Tarantino (Little Green Bag del opening de Reservoir Dogs o You Can Never Tell y Misirlou de Pulp Fiction), la referencia al western con las composiciones de Ennio Morricone mezclada con algo más "moderno" (y a la vez referencial) como Cat People de David Bowie. Por cierto, después de esta película no puedo ver las interacciones de Ryan y Dwight en The Office de la misma manea como lo hacía antes.