viernes, 24 de febrero de 2012

Rumbo al Oscar 2012: The Descendants

La última película de Alexander Payne sigue el mismo curso de toda su filmografía: personajes a los cuales embarga la duda y frustración y quieren, mediante un “viaje” (a veces literalmente), redimir sus demonios y alcanzar al menos un atisbo de felicidad o plenitud. La historia de la película de ocasión cuenta el viaje de Matt King (George Clooney) junto con sus pequeñas hijas y el novio de una de ellas a partir del terrible accidente que ha sucumbido a la esposa-madre de familia en un terminal coma. Este viaje servirá, además de unirlos y redescubrir el sentido real de la familia, para que puedan encontrar al amante de la moribunda mujer. Vale decir que todas estas aparentes contradicciones de la vida, entre drama y comedia, son especialidad de la casa en el caso de Payne.

El viaje de esta cinta lo emprendemos de la mano con el principal afectado. Matt King ve como su apacible y aburrida vida da un brusco giro cuando ocurre el accidente de su esposa: no solo se entera que su compañera se está muriendo sino que además había tenido un affaire y que lo iba a dejar, y que ahora tendrá que lidiar con sus dos hijas, una al borde de la pubertad y la otra ya adolescente que presenta un carácter díscolo y con algunos problemas clásicos de su bohemia edad. Para colmo de males, está envuelto en la venta de unas tierras que tradicionalmente le pertenecían a su familia, recreando el clásico debate entre ecología versus super-construcciones de centros de recreación. Como vemos Matt King es un hombre con problemas, y George Clooney está enorme para darnos la caracterización perfecta de un hombre con tragedias como King.

Clooney es lo mejor de la película. Diría que sin Clooney, esta película no pasaría de un telefilme familiar de tarde de domingo. No me malinterpreten, el guión de “Los descendientes” es muy bueno, pero no es la maravilla como se dice. Y el tratamiento de alternar como un juego el drama y la comedia es bueno, pero no alcanza los niveles de dos obras maestra de Payne como son “Election” y “About Schmidt”. Esta es la actuación de Clooney en la que se aleja más de su “Clooney persona” y se convierte en este hombre desesperado, derrotado y de mirada perdida que ve como todo el mundo se alimenta de su destruida existencia. Todos son unos tornados ambiciosos que esperan que el vaya, compre, firme, grite y todo lo demás. Clooney canaliza a ese hombre que no había hecho mucho y ahora tiene que hacer todo. Esa mezcla de melancolía e impotencia vemos en un Clooney que, al igual que Brad Pitt, nos demuestra que puede por un momento dejar su categoría de estrella para convertirse en un verdadero actor a respetar. En el ámbito actoral también hay que destacar a Shailene Woodley, como ese tornado llamada Alexander King, la hija adolescente de Matt.

El guión de “Los Descendientes”, decíamos, es bueno, pero tiene momentos que pueden resultar cansinos, rozan el sentimentalismo o que no se desarrollaron lo suficiente. Toda la trama ecológica sobre la venta de tierras se ve como forzada en medio de tanto drama para King. Un poquito más de tratamiento a esta parte del film hubiera ayudado. Además, la parte en que finalmente Clooney confronta al amante de su esposa, así como la posterior “explosión” de la esposa del amante ante la difunta Sra. King no se sienten con la fuerza necesaria para ser el climax que necesitaría la película. Donde sí se desarrolla bien el film y centra toda su clase es en las escenas entre Clooney y sus dos hijas. La creciente relación de ese triplete es, sin duda, lo mejor de la película.


“Los descendientes” es una buena película, pero no lo mejor del año ni lo mejor de su director. Gran parte de la pegada que ha tenido se la debe a un George Clooney en estado de gracia y que, para bien o para mal, a todos nos encanta una buena historia familiar que nos permita descubrir que es posible reencontrar el amor en nuestros seres queridos.

Nota: 16/20

Rumbo al Oscar 2012: "The Tree of Life"

La historia que busca contar esta película es la de una familia de clase media en los años 50s en Estados Unidos, mientras ofrece pinceladas del inicio y el fin de los tiempos. El director Terrence Mallick busca realizar su gran obra contando el origen de la historia. Y eso es mucho, y poco a la vez.

Debemos decirlo de inicio: esta cinta no cuenta nada. Porque si bien se centra en la historia de un niño y como aguanta los abusos de su padre y la estoica vida familiar cincuentera, la película no va más allá. Cuando no estamos apreciando imágenes mundanas de la vida de la familia protagonista, estamos viendo amebas, peces o dinosaurios que nos llevan al inicio de todo. Y las imágenes se van salpicando mientras que, de vez en cuando, vemos un Sean Penn más soñoliento que nunca vagabundeando por ahí. Es incomprensible la sucesión de imágenes que no nos dejan concentrarnos en un punto de la historia, y por ende, nos limitan a centrarnos en un personaje y poder ser empáticos con el mismo. Uno de los muchos defectos de “El árbol de la vida” es que es fría, gélida en extremo.


Nunca terminamos por enamorarnos de un personaje. Siempre las imágenes se están cortando en un estilo de edición propio de una persona con un complejo de hiperactividad. Mallick decide cortar imágenes y moverse rápido cuando no debe, y ser extremadamente lento cuando la historia debería fluir. Las imágenes solemnes imperan en esta película, dándole un ritmo extremadamente lento que no favorece en nada al film. No tenemos nada contra la lentitud de las películas, algunas con necesarias y hasta crean atmósferas agobiantes y a veces hermosas. Pero en “El árbol de la vida”, toda la película es lenta, y se convierte en un metraje de 2 horas y veinte minutos de imágenes hermosas, pero nada más.

A la película le falta personalidad, son imágenes bellas que no cuentan nada. Nos desconectamos de la historia cada vez que Mallick nos saca del relato central (la relación entre el padre y su hijo) e introduce imágenes de la creación del mundo, o de la fantasmal madre mojándose los pies, o de Sean Penn bajando y subiendo de un edificio. Todo es tan inconexo que al final de la película no solo estamos aburridos, sino que no sentimos nada. A todo esto no ayuda la música, tan fastuosa y magnánima que quiere meternos a la fuerza la idea que cada escena, cada plano es esencial para captar la naturaleza de la vida, y que todo lo que ocurre en esta cinta es “bigger tan life”. Y esa conjunción de imágenes y música hace que, sin querer contar nada, esta película sea de las más pretensiosas que hayamos visto.

De los pocos aspectos rescatables de la cinta está la gran actuación de Brad Pitt. Aquí, Pitt cambia de registro, mostrándose como una convincente figura autoritaria que desprende iguales dosis de cariño rectitud a sus timoratos hijos. No es que Pitt pone una cara de palo, sino que acompaña una performace contenida con gestos, variantes corporales y una voz impositiva. Saludamos que junto con Moneyball, el 2011 haya sido el año de Brad Pitt, un intérprete que ha madurado muchísimo y se ha desprendido (sin dejar de serlo) de su categoría de estrella para apegarse a proyectos más arriesgados e interesantes.




Justamente, “El árbol, de la vida” fue un proyecto arriesgado que pudo ser interesante. Pero no lo es así. Salvo la actuación de Pitt, algunas tomas de Mallick y la fotografía, la película es, como se dice coloquialmente, un “plomazo”. Aburre, es pretenciosa, y no cuenta nada. Es decir, el anti-cine. Si “Hugo” de Scorsese nos decía que uno va al cine a enamorarse, vivir aventuras y ver situaciones extraordinarias, en “El árbol de la vida” nos presenta por más de 2 horas viñetas de la vida diaria de los cincuentas, pero sin ninguna garra o sin ningún ápice de pasión. Y esto porque nunca llega a despegar el motor de toda cinta: el argumento narrativo principal. Como la escena final de la película, todo parece fantasmal, deambulando por una playa sin rumbo ni expresión. Esta película de Terrence Mallick es incolora e inodora. Es como la ameba que se muestra en las escenas del inicio del mundo que pudo ser algo más grande, pero nunca evolucionó.

Nota: 10/20

jueves, 23 de febrero de 2012

Rumbo al Oscar 2012: Midnight in Paris

En los últimos años, y tratando de cambiar de aires en búsqueda de la originalidad perdida, el genial Woody Allen se trasladó de su amada Nueva York a Europa. Así, filmó en España e Inglaterra, intentando encontrar nuevos escenarios que dieran lugar a nuevas aventuras. Salvo la salvajemente genial “Match Point”, los resultados habían sido irregulares. Hasta que ha llegado esta joya, esta gema llamada “Midnight in Paris”.


Woody es uno de los directores más personales del cine moderno. Los que conocen de su filmografía, saben que todos sus miedos, paranoias, amores y desamores están reflejados en sus cintas. Por ello es que la curva de sus sentimientos se ve reflejada en la curva de sus películas. Desde la irreverencia y curiosidad de sus inicios, pasando por el amor y la sexualidad, hasta llegar a un Woody Allen que empieza a preguntarse por la soledad, la tristeza y la muerte. En “Medianoche e París”, Woody Allen, ya viejo y mirando toda su vida desde arriba recarga sus baterías y le rinde un homenaje a la gran fuente de inspiración que ha tenido: el arte antiguo, de las épocas de oro que nunca regresarán.




La añoranza es el punto central en esta última película de Woody Allen. Gil Pender, un escritor que busca la inspiración viaja a París con su prometida y empieza a percatarse que no congenia con los gustos de su “amada”, lo que hace que vaya alejándose poco a poco, y se vaya enajenando hasta llegar a l punto que, recordando que es cine y no realidad, empieza a rondar por fiestas y bares llenos de bohemios artistas de años y siglos anteriores. De esta forma, Gil empieza a juntarse con gente como Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, Salvador Dali o Luis Buñuel. Y todos los conflictos y amores desatados de este extraño encuentro es lo que llena la pantalla y el corazón de todos los cinemeros.

Allen habla en esta cinta de todo lo que lo inspiró, lo que añora, y de lo que alguna vez seguro quiso: viaja en el tiempo y poder compartir un café (o un trago de ser la ocasión) con aquellos geniales artistas. Ese sentimiento de nostalgia del gran Woody se ve reflejado en cada minuto del film. Y ese sentimiento es el que nos queda impregnado luego de haber visto como un pequeño genio daba todo su corazón para que su hábil mente fabrique una película desde adentro, desde el alma, que alcanza niveles de preciosidad aumentados a la centésima por contar con la Ciudad de la Luz como escenario. Si se criticó que Allen no supiese utilizar algunos escenarios europeos, como Barcelona por ejemplo, aquí nos da las cuotas exactas de París y sus barrios, que ya han ganado méritos suficientes para consagrarse como la ciudad cinematográfica por excelencia.



Siendo el guión una columna vertebral de las cintas de Woody, la otra columna vertebral es la parte actoral. Mientras que todo el cast está muy bien, destacando como “encantadoras” molestias los personajes de Rachel McAdams y Michael Sheen, la gran revelación es Owen Wilson. Este actor, comediante conocido en Hollywood, debe dar la mejor interpretación de su carrera, creando un Gil Pender inseguro, aburrido, sin saber por qué está rodeado de sus “seres queridos” y qué hace en París, con una crisis a cuestas y disfrutando cada segundo de su nueva fantasía. Wilson debe hacer de uno de los mejores alter-egos de Allen, pero logra introducir sus propias variantes a la conocida persona del buen Woody, destacando la gracia e inocencia impregnada en el personaje. Esperemos ver nuevamente a Owen Wilson como alter-ego de Woody en otro film.

“Medianoche en París” es una película onírica, surrealista como la aventura de Gil, pero a la vez madura y reflexiva. No por algo, en determinado momento Gil y su nueva amada Adriana viajan “más atrás” en el tiempo, para que nuestro protagonista finalmente descubra que la añoranza al pasado es algo que todos desean, y que cada uno sueña con lo que vivieron sus abuelos, sin darse cuenta que en el futuro nuestros nietos soñarán con lo acontecido en nuestros días. Y esa es la principal reflexión de una película que no pretendía dejarnos moralejas pero que nos termina diciendo que salgamos y disfrutemos de nuestra vida día tras día, para hacer que nuestros años sean los mejores posibles y permitir que las generaciones venideras sueñen con visitarnos en sus hipotéticas máquinas en el tiempo. Al fin y al cabo soñar, como nos dice bien Woody en esta película, soñar no cuesta nada.


Nota: 18/20

Rumbo al Oscar 2012: Hugo

La última película de Martin Scorsese, “Hugo”, está basada en un libro infantil, “La Invención de Hugo Cabret”, y cuenta la búsqueda de un niño vagabundo (Hugo, interpretado por Asa Butterfield) por el verdadero significado del último regalo de su difunto padre, y como este camino hará que se cruce con un misterioso anciano (Ben Kingsley), quien es nada más ni nada menos que el célebre pionero del cine, el director francés George Méliés.

De esta forma, esta cinta de Scorsese no solo cuenta una historia fantástica familiar, sino que es un claro homenaje al cine y sus inicios. A través de esta película, podemos ver extractos de “La llegada del tren” de los Hermanos Lumiere, la performance de Buster Keaton o carteles anunciando el último éxito de Charlie Chaplin. Y esta vertiente se convierte en el corazón del film. La reminiscencia, el recuerdo, la añoranza, tal como se presentan en otras cintas aclamadas del 2011 como “El Artista” o “Medianoche en París, son los componentes de un cine que evoca épocas brillantes, creativas, mágicas, por no decir mejores. Un mundo que a pesar de estar situado en las primeras décadas del siglo pasado, presentaba un ambiente de encanto y de fantasía con proyecciones que impresionaban a los mortales, autómatas que podían crear secretos, jugueteros con capacidades de ilusionistas y la capacidad de proyectar nuestros sueños y deseos para convertirlas en aventuras de la vida diaria.



Desde este último punto es donde parte el complemento de la añoranza cinematográfica de esta cinta: la aventura de los infantes. Los niños de esta película se proponen aventuras entre ellos, pero a la vez a nosotros. Y de su mano no solo descubrimos a Méliés, sino a todo este mundo onírico que encontramos en las salas de cine. Este es uno de los puntos fuertes de Scorsese: de hacer que sus perosnajes no solo tengan un reto personal, sino que además tengan esa empatía y familiaridad necesaria para llevarnos de la mano dentro de la aventura, de poder guiarnos dentro de sus vidas: sea Jake La Motta y su tórrida existencia en “Toro Salvaje”, Henry Hill y su vida de montaña rusa en “Bueno Muchachos” o Howard Hughes y su endemoniada obstinación en “El Aviador”, los personajes principales del cine de Scorsese siempre nos introducen a la aventua, nos mueven desde adentro y nos dejan tirados, desconcertados, para poder reflexionar sobre lo que acabamos de ver mientras se presnetan los créditos finales.


Pero siendo este un cine de género familiar, la aventura no tenía por qué ser tan sórdida, pero a pesar de su respectivo “happy ending”, la aventura de “Hugo” es una como pocas. Gran “culpa” de ello lo tienen los encantadores protagonistas. Asa Butterfield nos muestra las dosis necesarias de curiosidad, frustración, alegría e impotencia cuando tiene que hacerlo. Es una actor muy solvente y nos creemos enteramente que este niño pobre que vive en la Estación de trenes de París busca a como dé lugar la última pieza para averiguar el póstumo mensaje paterno. Chloe Moretz es la sorpresa del film, tratándose de una actriz británica, pierde todo indicio de frialdad y se convierte en una luz radiante de energía que pulula por toda la cinta desprendiendo encanto y vigorosidad. Es el motor que impulsa la búsqueda de Hugo, y el motor del film. Le auguramos buenas performances en el futuro a esta pequeña locomotora llamada Chloe.



Ben Kingsley, con la capacidad única de crear un personaje sobrio y que a la vez tenga una presencia imponente. Su actuación es muy buena, y creo que podemos agregarlo a la larga lista de “olvidados del Oscar 2012”. El resto del cast también está a la altura, felicitando la canalización del payaso de Sacha Baron Cohen en ese villano enternecedor que es el Inspector Gustave. Así comprobamos que un buen director, como Scorsese, puede convertir a un payaso, como en este caso el recordado “Borat”, en un buen actor y en una buena performance.

Para mayor deleite de una historia con corazón, garra, de aventura, misterio y que añora por un cine de otra era, “Hugo” está espléndido en apartados técnicos, destacando el uso de efectos especiales que el buen Marty hace. Esto también nos demuestra que las nuevas tecnologías no son incompatibles con un cine de calidad en estos tiempos. Por todos estos aspectos es que “Hugo” nos parece un notable film que sería un justo ganador a la mejor película en el Oscar 2012. Pero además nos confirma la genialidad de registro de ese pequeño mago del cine llamado Martin Scorsese. A tu salud, maestro.


Nota: 18/20